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ISSN 1989-4163

NUMERO 05 - SEPTIEMBRE 2009

 

Papel Mojado

Jenn Díaz

Todas las del pueblo se piensan que he heredado los pechos de mi madre. Y se podría decir que así es, pero no. Lo que he heredado es la misma mentira de mi madre. Cuando empecé a ser un poco mayor y mi madre me vio un par de veces delante del espejo, de lado, mirándome de perfil, decidió contarme su secreto. Apenas tiene tetas y se pone cosas debajo del sostén para que se note algo. Yo, como estaba igual que ella, completamente plana, decidí seguir sus pasos. En un principio lo hice como algo provisional, siempre con la esperanza de que, al crecer, mi cuerpo cambiara. Y mi cuerpo ha ido cambiando, pero no mis pechos. Tengo más caderas, soy un poco más alta, ya no tengo tanta cara de niña, calzo dos números más de zapato. Pero no tengo más pechos. Sigo mirándome de lado en el espejo, todas las noches, después de quitarme el relleno, pero nada, no hay nada. El primer día que me puse algo, fue algodón. Y fue en abundancia, tantas eran las ganas de hacer el cambio. Mis amigas estuvieron todo el día mirándome la camiseta, sorprendidas. Cuando llegué a casa, mi madre me quitó de un golpe todo lo que llevaba dentro.

-Qué bruta eres, en eso te pareces a tu padre. Tienes que empezar poco a poco, que las tetas no crecen de la noche a la mañana. A veces ni siquiera crecen.

Fui aprendiendo los trucos con el paso de los días. De menos a más, sin dejar bultos. Todo eso. Una noche se me ocurrió algo. Se lo dije a mi madre. Lo hicimos. Cogimos un montón de papel higiénico y lo mojamos y le dimos forma de pecho con las manos. Lo dejamos secar. Y ahora siempre usamos lo mismo, así nunca hay cambios. Dice mi madre que no tengo que pasarme con la medida, aunque ella misma se haya puesto una cantidad exagerada. Hemos pasado a ser las tetonas del pueblo, siendo en realidad las que menos tenemos. Cuando todo esto ocurrió, los chicos empezaron a mirarme más. Sobre todo Tomás me miraba mucho. Sobre todo en las horas de gimnasia, que corriendo me botan y todos me miran. Después, cuando nos toca cambiarnos y ponernos el uniforme, yo me meto sola en un cambiador para que nadie sepa mi secreto, nuestro secreto. Además mi madre está convencida de que si me pillan a mí, por deducción ni que sea, la pillan a ella. Pues Tomás no dejaba de mirarme y un día ya me dijo que si quería ir a dar una vuelta con él. Yo me llevé a Pilar porque me daba vergüenza. Y maldita la hora, que desde entonces quiere quitármelo.

Yo sé que Tomás dice que me quiere porque soy la más mujer de todas. Por las tardes, cuando nos despedimos, me da un beso en la cara y me dice que me quiere en la mejilla y se me eriza el bello de esa parte, cuando me lo dice en el cuello, se me pone de piel de gallina el cuello. Me dice te quiero y siempre le da el mismo tono. La e la dice diferente al resto de es de otras frases que dice. Le pone un acento diferente, único. Y eso es lo que más me gusta de él. Y que cuando se ríe le salen dos agujeritos en los pómulos. Y que me mira los pechos pero nunca quiere tocarlos, como seguro querrían los demás. Tomás es bueno. Es sensible. Eso es lo que más me gusta de él. Y que yo le gusto, aunque sea por lo que es. Y como a mí no me sale decirle te quiero porque se me corta la voz, quiero hacerle un regalo. Quiero dejarle tocar mis pechos. Pero cuando lo pienso no me acuerdo de que son de mentira. Casi nunca me acuerdo. Sólo por las noches cuando estoy desnuda y me pongo delante del espejo. Primero quiero dejarle que toque por fuera de la camiseta. Así que estoy haciéndome con papel mojado y después secado un molde que no se quede duro del todo y que además no tenga marcas de dedos. Pero no me acaba de salir. Llevo varias semanas intentándolo. Eso me quita tiempo de ver a Tomás, así que a lo mejor cuando quiera hacerle el regalo ya no le apetece. Se lo tengo que dejar claro: primero por fuera de la camiseta. Y ya me las apañaré para que pueda tocarlas por dentro de la camiseta pero por fuera del sujetador sin que note nada. Para saber si está bien o mal, le pregunto a mi madre. La primera vez no le dije que era para que Tomás me las tocara, así que le decía que simplemente quería mejorarlo para poder cambiarme con las chicas, donde todas, para que no sospechen. Le pareció bien. Yo me ponía delante de ella, me miraba los pechos, me daba su opinión. Hasta que llegó un día que le dije la verdad.

-Mira, tengo un novio que se llama Tomás y quiero que me toque las tetas. Pero quiero que sean las de mentira, que si me toca las de verdad me deja y a mí me gusta mucho.

Al principio me dijo que era una descarada, que tan pequeña como soy ya haciendo esas cosas. Le pregunté cuándo mi padre le tocó los pechos por primera vez. Y resulta que después de mi edad, pero que no fue mi padre. Así que sintió que estábamos empatadas y me ayudó con el asunto. Ahora llevamos unos días que me ayuda ya sabiendo para lo que las quiero. Así que me paso la tarde en el patio, con un cubo, mojando papel y después secando. Después me las coloco. Y después me acerco a mi madre y ella me toca como si fuera Tomás. Primero despacio, dice, porque le va a dar vergüenza, pero después me las coge con fuerza, con mucha fuerza, y las zarandea. Dice que los hombres son así. Y yo me lo creo. Lo que pasa es que, las coge tan fuerte tan fuerte, que acaba destrozando todos los moldes. Siempre se queda con trocitos de papel en las manos y tengo que hacer más y más y más. Hoy me ha dicho que probemos al revés. Y yo he tenido que tocarle a ella y me decía todo el rato: más fuerte, más fuerte, Rosita, mucho más fuerte. Y como no sabía, ella me cogía de las manos y las dos le tocábamos. Ahora tengo las manos rojas, de lo mucho que ha apretado.

 
 
Papel mojado

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